miércoles, 5 de junio de 2013

DIOSA

He querido convertirme en diosa para estar lejos del dolor. Para no sentir frío ni quemarme con el sol. Para mirar impasible el derrumbamiento del planeta. Para manejar a mi antojo los sentimientos de hombres y mujeres. Para evitar, desde mi todopoderoso albedrío, la angustia de distinguir entre el bien y el mal, entre salud y enfermedad, entre amor y odio.

Ser diosa para trascender este cuerpo y habitar el pasado, el presente y el futuro. Para no sentir el deterioro de mis huesos. Para proteger a mis hijos desde mi poder y mi amor eterno. Ser diosa para evitar el sufrimiento de mi madre, el de todas mis hermanas, sobrinas, nietas, amigas, todas las mujeres del mundo.
He querido ser diosa para reconciliar a los hombres con la tierra, para detener las armas y la destrucción. Pero soy humana, y duele. Soy humana, amo y odio, sufro por el mundo cual virgen dolorosa. Peleo a diario con la tristeza de mi carne deleznable.

Soy humana y me deshago cada día como nube, como flor, como mariposa.

¿Las diosas ríen, bailan, cantan? ¿Gozan con el viento, el mar, el guabo que crece? ¿Se alegran con los nuevos seres, las cascadas, la poesía de las mujeres? ¿Observan complacidas su obra? ¿Sienten orgasmos cuando ven sus hermosos trabajos terminados? ¿Sonríen ante las mágicas palabras de otros dioses?
Seguro que sí. Lo hacen. Se nota en el color de las flores, en la risa de la gente, en las voces de niños y niñas. En el vuelo de los pájaros, en las cumbres, en el agua de las cascadas, vertientes y lágrimas. En todos los animales. En la vida que vemos todos los días. Tierra fecunda, Luna, Sol.
Soy diosa.